La originalidad en los videojuegos, ese bien escaso

A día de hoy, no puedo evitar afirmar que el mundo de los videojuegos sufre una profunda crisis de identidad. Parece que el vertiginoso e inexorable avance de la tecnología colisiona frontalmente contra el cada vez más evidente estancamiento conceptual que sufren las grandes compañías del sector. Es decir, mientras la técnica goza de una continua evolución, las ideas sufren una continua involución, generando un gran vacío creativo, donde esa tecnología, en lugar de prestarse al servicio de nuevas y arriesgadas propuestas -tanto como la misma capacidad de esa tecnología lo pueda permitir-, se ve tristemente invertida en proyectos del todo continuistas y carentes de cualquier ápice de originalidad. Y creo que me sobran los ejemplos. El catálogo actual de videojuegos es una plétora de títulos cuyas secuelas no parecen encontrar fin, o peor aún, de premisas jugables explotadas hasta la saciedad y de géneros absolutamente agotados que, sin embargo, allí siguen, resistiendo gracias a un público conformista y casual, elemento aprovechado por los ¿creativos?, que sin duda tratan de exprimir la gallina de los huevos de oro hasta que no les quede hálito.

No sabría exactamenter a quien culpar si me preguntasen acerca de esta crisis de identidad entre los videojuegos, puesto que opino que tan culpables son los que pretenden vendernos año tras año los mismos juegos pero con distinto envoltorio, como aquellos que tan de buena gana los aceptan y los juegan sin tan siquiera plantearse la posibilidad de que podrían jugar a algo diferente.
En cualquier caso, no este un problema transitorio, sino más bien endémico, una rémora que se ha transformado en la dinámica habitual a la hora de plantear conceptualmente un videojuego. ¿Que algo ha tenido éxito? Lo copiamos y le ponemos otro nombre. ¿Que eso que hemos copiado también lo ha tenido? Hacemos todas las secuelas necesarias hasta que la gente los vomite. ¿Que hemos hecho un buen juego, aplaudido por la crítica, pero que sin embargo ha pasado desapercibido comercialmente? No hay problema, lo orientamos con calzador hacia aquello que el gran grueso de jugadores demande, traicionando sin remordimiento alguno a los fans tradicionales del título original, como es el caso de los próximos Dead Space 3 y Resident Evil 6, clásicos del survival horror devaluados en vulgares shooters.

Esta escasez de originalidad es un mal que ha afectado incluso a los más grandes a la hora de decantarse por una temática en la que enmarcar sus grandes lanzamientos. Sin ir más lejos, en la entrada anterior redacté un panegírico que proclamaba las virtudes de Rockstar, no obstante, la elección de retomar San Andreas (o más concretamente Los Santos) como el escenario de su próximo GTA V, se merece alguna que otra mirada escéptica, por mucho que luego debamos quitarnos el sombrero ante el prodigio de la técnica que probablemente sea. Y algo parecido perpetró Ubisoft eligiendo el contexto norteamericano para Assassins Creed III, descartando otras opciones notablemente más interesantes que el la ya manida y sobreexplotada ambientación yanqui. Yo personalmente me quedo con el anteriormente proscrito True Crime Hong Kong, rescatado y rebautizado como Sleeping Dogs por Square-Enix y United Front Games, y que concursa como una de las propuestas más frescas e interesantes entre los últimos lanzamientos anunciados.

Por otro lado, las apuestas más arriesgas generalmente carecen del presupuesto, de la inversión y de la aceptación necesaria como para que puedan hacerse un hueco entre semejante batalla, motivo por el cual, tristemente, muchos proyectos son abandonados o cancelados durante su desarrollo. Aquellos que, con algo de suerte llegan a la parrilla, siguen contando con una presencia demasiado discreta o anecdótica como para que alguien desee volver a inmiscuirse en una empresa tan poco rentable. Otras buenas ideas quedan, sin embargo, lastradas por la incapacidad de sus creativos de materializarlas jugablemente, resultando en numerosas ocasiones títulos sencillamente inaceptables por sus ínfimas cotas de calidad.

En definitiva, la cuestión de la originalidad puede parecer, a priori, un elemento accesorio mientras las compañías sigan brindándonos tecnológicamente grandes juegos, no obstante, pronto llegará el momento en el que comencemos a extrañar esas nuevas ideas que insuflen algo de vida al yermo y estéril paraje creativo en el que ha devenido, desde hace ya algunos años, el mundo del videojuego.

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