El síndrome Rockstar

Es de mi agrado expresar la ilusión con la que comienzo escribiendo por vez primera en este blog, si bien de alma amateur, suficientemente conocedor del mundo del videojuego y del sector lúdico en general, como para ser considerado una pequeña referencia dentro de ese microcosmos virtual conocido como bloggerismo.

Y como no podía ser de otra manera, a propósito de este estreno -el mío-, la primera de mis entradas versará sobre la gran R -por si alguien aún anda perdido pese haber leído la rúbrica del post, subrayaré que por supuesto, se trata de la gran R de Rockstar-, compañía que personalmente más me ha hecho disfrutar delante de una pantalla. Pero trato de soslayar incurrir en un juicio de valor subjetivo sobre mis preferencias hacia la empresa de los hermanos Houser, puesto que pese a ser este un artículo de opinión, y por ello legítimamente relativo, no se podrá discutir que lo que a continuación voy a exponer, se trata de un hecho objetivo a todas luces.


Desde los últimos años Rockstar nos ha ofrecido joyas del tamaño de la saga GTA -su gran blasón-, Red Read Redemption, el excepcional e inimitable L.A Noire, y el más reciente pero no por ello menos brillante Max Payne 3. Y precisamente estos tres últimos títulos son los que dan motivo a este artículo, y a este a priori extraño título, "el síndrome Rockstar". Pero -se preguntará alguno- ¿acaso la gran R lleva aparejada alguna clase de enfermedad, algun mal o vicio que se contraiga tras jugar a sus juegos? La respuesta es ambigua. No, porque desde luego nada malo se puede deducir de las bondades de sus juegos. Si, porque tales son las bondades de estos, que empañan nuestro juicio sobre otros títulos ajenos a la compañia. Me explico. En concreto -pudiendo usar muchos más ejemplos, pero limitándonos a los tres anteriormente enunciados con objeto de no resultar prolijos en la explicación-, las últimas entregas de Rockstar se han caracterizado por escoger un aspecto tecnológico determinado y llevarlo su máximo exponente. Es decir, seleccionar algun detalle que en otras circunstancias resultaría accesorio o sencillamente ornamental, y transformarlo en una parte viva del juego mismo, dotarle de protagonismo propio a través de un esfuerzo pormenorizado sobre el mismo.

De esta manera, en Red Dead Redemption nuestros rostros se quedaban desencajados al deleitarnos con los formidables paisajes que ofrecía ese oeste crepuscular que recorría el ya inmortal John Marston, sin olvidar el deleite que suponían las transiciones entre el día y la noche o los ciclos climatológicos de los que hacía gala el programa, detalles que en fin, en principio pueden resultar secundarios, pero que conjuntamente conformaban un espectaculo apabullante.

En L.A Noire Rockstar fue un paso más allá, y si bien en este caso el equipo de programación pertenecía a la australiana -y recientemente desmantelada- Team Bondi, lo cierto esque no podemos dejar de adjudicar este prodigio a los chicos de la gran R. El uso del motion engine para capturar de un modo desconocido hasta entonces todos los gestos de los protagonistas, fue, sin lugar a duda, una de más grandes revoluciones que vivimos en 2011, cuando, enfundados en la piel del enigmático Cole Phelps -gracias también a la magnífica interpretación que Aaron Staton cedió para ello-, tuvimos que estrujarnos la sesera en más de una ocasión para ver si el tipo que interrogábamos era o no un pedófilo sin escrúpulos o un abyecto asesino.

Para Max Payne 3 Rockstar tenía muy presente que debía implementar el extraordinario motor gráfico RAGE -de marca propia- y del motor de físicas Euphoria para llevar el concepto de shooter en tercera persona al paroxismo del detalle y la calidad. Ambos motores, que ya habían sido empleados tanto en GTA IV como Red Read Redemption, conocieron aquí el más caprichoso de sus usos, dejandonos una vez más boquiabiertos ante las sobrecogedoras muertes que el juego mostraba a lo largo del violento periplo de autodestrucción y dolor que vive su protagonista durante el mismo.

Dicho esto, resulta ahora imposible no recordar juegos actuales con tales prodigios de la técnica. Podremos pasear por la vasta tierra de Skyrim y sus preciosos parajes, que, sin embargo, jamás captarán tanto nuestra atención como el árido desierto del Red Dead Redemption. Podremos disfrutar con las cuidadas escenas de Assassins Creed Revelations, que el grado de inmersión y de credibilidad nunca alcanzará las cotas impuestas por L.A Noire. Y por último, podremos matar enemigos en tantos juegos, y podremos gozar tanto de todas sus muertes, que empero nunca nos recrearemos tanto en ellas como lo hacíamos en Max Payne 3, donde cada óbito era casi una obra de arte.

No puedo evitar fruncir el ceño cuando, por ejemplo, en Uncharted 3, veo caer enemigos como androides entre gráficos tan exquisitos. Ese es el síndrome Rockstar. Si nunca hubiesemos jugado a sus juegos, la gran mayoría del resto nos parecerían aún mejores, porque por supuesto la calidad de los demás juegos no muere alli donde Rockstar no cobija, sin embargo, esa "enfermedad" siempre nos hará mirarlos diferentes, escépticos, como si el sabor que paladeasemos al jugarlos fuese agridulce.

La culpa no la tienen ellos, la tiene Rockstar por confeccionar tantas obras maestras. Pero ojalá que todas las penas y todas las enfermedades sean como la que la gran R nos ha contagiado.

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